Después de un año de la publicación de mi novela El Motín, me he lanzado a revivir aquel Madrid de 1.836.
He visitado de nuevo los lugares donde Felipe y Marian habitaron, donde se encontraban, donde recrearon sus vidas y su amor.
“La calle de Alcalá crece con las horas del día, repleta de gentes en desorden, tráfico de carruajes y cabalgaduras. Es un vivificante anuncio de los tranquilos paseos del Retiro”.
Me paseo hoy por las calles testigos en esa época de la intriga, la persecución y el crimen. Pero también son los dulces corredores de la vida ruidosa de un Madrid apasionante.
“Me deslizo entre la gente como una anguila herida. Sus rostros son muecas agresivas, carnaval cruel que celebra la muerte, euforia cainita”.
Y me he detenido bajo los balcones de la calle Postas, ese refugio íntimo donde Felipe guardaba la llama de su amor, el dolor del amigo asesinado y la sombra de su desengaño.
“Giro a la derecha y he llegado. La calle Postas, recién anochecida, se asemeja a un oasis urbano. Tranquila y vacía de movimiento. Húmeda, apenas alumbrada. Rincón sin suntuosidades donde reposar seguro y olvidado”.
¡Qué bello placer el perderse en aquellos momentos de la ficción creada en El Motín desde la realidad de una mañana luminosa! Si tenéis la ocasión, no dejéis de regalaros un paseo por estos lugares.