Reseña al cuento Escombros por el escritor Santiago García
Junio 2025
Estimado amigo y compañero de letras Feliciano González:
Tu relato breve, Escombros, inicia con la potencia contenida de una detonación emocional. En apenas una línea, el lector es arrojado —como lo está tu narrador— a una escena de devastación, de encierro físico y, lo que es más inquietante, de encierro existencial. El impacto no se produce solo por la imagen de la cueva improvisada entre hierros y concreto, sino por la confesión desconcertada: “No alcanzo a comprender cómo he acabado aquí”. Esa frase encierra el desconcierto esencial del ser humano contemporáneo: ¿Cómo llegamos al derrumbe?
En tiempos donde la realidad parece desmoronarse —social, emocional, ecológicamente—, tu narrador no es sólo un individuo bajo ruinas; es la metáfora viva de millones que se ven atrapados sin entender cuándo fue el colapso ni por qué los cimientos ya no sostienen. Esta “minúscula cueva” que describes no es solo física: es también simbólica. Representa la claustrofobia emocional de la incertidumbre, el desconcierto de la ruptura con un orden que, aunque imperfecto, antes parecía estable.
Tu prosa, directa y sin ornamentos innecesarios, transmite con precisión quirúrgica la angustia del instante. No hay lamentos melodramáticos ni descripciones abrumadoras; hay una contención digna que recuerda a los grandes escritores del existencialismo, aquellos que sabían que a veces una sola frase bien dicha puede revelar un abismo entero. En tu caso, el abismo es el del entendimiento roto, la pérdida de la lógica que conectaba causa y consecuencia. Y eso es profundamente actual.
Si me permites la comparación, tu narrador me recuerda al Winston Smith de Orwell, al Gregorio Samsa de Kafka, o incluso a los personajes atrapados de Beckett. Hay en él una especie de parálisis lúcida: está consciente del encierro, pero no puede aún traducir su situación en narrativa coherente. Como ocurre tras un terremoto real o simbólico, lo primero que se pierde es la capacidad de contar qué pasó. Y sin relato, el alma se queda sin andamiaje. Es ese instante crudo, de shock, el que retratas con tan silenciosa eficacia.
Además, hay un matiz que merece resaltarse: tu narrador no se queja. No hay dramatismo impostado ni golpes de pecho. Lo que encontramos es algo más complejo y más veraz: la perplejidad. Ese “no comprendo” no es solo una confesión honesta, es una declaración de desarme total, de alguien que ya no tiene respuestas ni siquiera para sí mismo. Y eso, Feliciano, es de una humanidad brutal. En un mundo donde todos gritan, tu narrador susurra: “no entiendo”. Y en ese susurro resuena la verdad de muchos.
Me parece también relevante destacar la elección de materiales con que construyes la imagen de la cueva: acero, hormigón, armazones. No hay tierra, no hay madera, no hay elementos orgánicos. Todo es industrial, frío, construido por manos humanas y ahora derrumbado por las mismas fuerzas que lo alzaron. Es el derrumbe de la civilización técnica, del progreso prometido. La ruina no viene de lo natural, sino de lo construido. Y en ese detalle está contenida otra crítica sutil pero demoledora: nos hemos encerrado en estructuras que prometían seguridad, y terminamos atrapados en su colapso.
Por otro lado, el tiempo verbal es clave: “ha sido todo tan repentino, inesperado”. No es un pasado lejano ni un presente absoluto; es ese pasado inmediato que todavía no se procesa, ese punto intermedio en que el trauma aún no se convierte en historia. Y es allí donde tu relato se ancla: en el instante justo antes de que el sujeto comprenda lo que le ha sucedido. En ese borde del entendimiento donde todavía no hay sentido, solo asombro y fragmentos.
Sería interesante, en futuras entregas de este texto o de otros semejantes, explorar si este personaje atrapado logra reconstruir el relato de lo que lo llevó hasta allí. ¿Fue una catástrofe natural? ¿Un atentado? ¿Una metáfora emocional? ¿Una caída moral? Cualquiera que sea la respuesta, ya nos has dado lo esencial: el punto cero de la reconstrucción narrativa. El silencio posterior al estruendo.
Tu capacidad para decir tanto con tan poco es notable. Hay autores que necesitan páginas enteras para transmitir una emoción; tú, en unas pocas líneas, nos has sumergido en una escena de alto voltaje emocional, intelectual y simbólico. Es un texto que funciona tanto en el nivel literal como en múltiples niveles metafóricos, y eso es algo que pocas veces se logra con tanta limpieza.
En resumen, Escombros es mucho más que un relato de encierro: es una meditación sobre el desconcierto, una parábola sobre el colapso interior y exterior, y un espejo de nuestros tiempos, donde muchas veces despertamos entre ruinas sin recordar cuándo ni cómo se desplomó todo. Gracias por ofrecernos este pedazo de verdad literaria, contenida, precisa, poderosa. Ojalá continúes esta línea de escritura, pues desde la grieta también se escribe grande literatura.
Con respeto y admiración,
Santiago García
✍️ Escritor y crítico literario
📍 27 de junio de 2025
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