Feliciano González

Ya no quedan junglas adonde regresar

Ya no quedan junglas adonde regresar

Carlos Augusto Casas

Con un calor inimaginable decidí, como cada año, dedicarme un buen tiempo a recorrer la Feria del Libro de Madrid de arriba abajo, los cientos de casetas con sus fauces abiertas, ofreciendo sus manjares a los curiosos lectores. Voracidad mutua, hambre y sed imparable. Con apetito poético me acerqué a un mostrador de repleta de poemarios de la Editorial Cuadernos del Laberinto. Los manoseaba con una curiosidad que atrajo a la encargada del lugar. En una conversación de pocos minutos, acumulaba yo una discreta torre de libros que ya solo podían ser míos, preso de un arrebatado amor posesivo. Antes de dar por finalizada mi visita, aquella amable colega me tendió una novela y me dijo que me la llevara, que no podía ejar pasar la oportunidad de bucear en la historia que encerraba en sus 196 páginas. Así fue, por acertada casualidad, como llegó a mi rincón lector la novela Ya no quedan junglas adonde regresar, de Carlos Augusto Casas. 

Tan pronto despejé mi mesa de otras lecturas, abrí la portada como quien se adentra sigiloso en la jaula de un tigre distraído. Desde la primera línea me sumergí en un lenguaje de alto voltaje, una forma de narrar que no permite el reposo. La ausencia de adjetivaciones innecesarias y circunloquios cosméticos me situaba de cara a la acción, sin demora. Ni sobra ni falta una sola palabra que no esté ya acomodada en el lugar y el momento preciso donde debe estar.

“El viejo se despertó gritando el nombre de su esposa en la oscuridad. A tientas buscó el cuerpo de su mujer en la cama, junto al suyo. Pero sólo halló vacío.”

Con este disparo comenzaba una carrera de velocidad. La historia narrada no consiente demoras: avanza en un espacio y tiempo reducido donde los protagonistas de la trama van entrelazando sus destinos. Sus diálogos son crudos, directos como disparos, ingeniosos al límite, pero reales como extraídos de las aceras de un inframundo urbano donde la vida se abre paso a impulsos. La sangre, el sexo, el crimen, el amor, la compasión encuentran su forma de entrar en sintonía. El resultado es un disparate magistral. De no ser porque alguien ya tuvo la ocurrencia de tildar sus disparates de “esperpentos” tendríamos que bautizar de esa manera esta novela de Carlos Augusto Casas. Él nos arroja a esas esquinas del Madrid de barrio como Valle Inclán lo hiciera en obras como Luces de Bohemia, con esa desnudez que da el dominio del lenguaje:

“El calor era un violador que baboseaba los cuerpos que encontraba en la calle.”

La intriga preside la trama que se va desenvolviendo sin perder la compostura ácida de sus personajes. La sangre llega cuando debe resolver algo. El sexo es un decorado en el fondo de la escena, presidiendo las psicologías de todos los que se cruzan por las calles de la novela. Y el amor se ofrece desnudo, sin ningún adorno espiritualista, porque en el Madrid de esta historia negra el espíritu se explica en clave de vida mundana inevitable:

“La mosca golpeaba desesperadamente el cristal de la ventana. Los impactos eran audibles. En el alfeizar yacían los cuerpos resecos de tres de sus congéneres. Habían perecido intentando salir al exterior, luchando por recuperar la libertad. Preferían la muerte a la resignación. No como los hombres.”

Hay que arrastrarse por la historia, al ritmo que el autor impone, para alcanzar el desenlace. Todo hasta el punto final es una historia viva, que no termina. La lectura de “Ya no quedan junglas adonde regresar” ha sido una experiencia redonda en el universo de la novela negra. Magnífica. Magistral.

Si tenéis la ocasión de hacer un hueco en vuestro tiempo lector, ¡no lo dudéis!

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Feliciano González

Mi creación artística gira entorno a la pintura, la poesía y la novela.

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