Un vapor de café
sin fecha ni lugar,
un tibio aroma lejano
desde todos los lugares,
desde todas las fechas vertidas,
asciende despacio regando,
hasta empaparlos, los ojos,
lágrimas de vapor de agua,
este placentero instante
en que saborear
el amargor oscuro en
la blanca porcelana
que refleja
la mirada envejecida,
húmeda y callada,
del alma del café.