Ha amanecido ya, amor,
lo sé porque presiento tu piel cercana,
escucho el rumor dormido de tus ojos
y se lanzan mis brazos a abarcarte,
son estos instantes en que un latido
se abre al día, recién nacido,
cuando vuelco la alforja de mis deseos
sobre el suelo frío, como monedas
rodando por tus sienes tendidas,
treinta monedas de alma en pago
de la extensión de vida que te arrebato,
donde quiera que reposes, dondequiera,
amor, que viajes.