Feliciano González

Breve tratado sobre la estupidez humana

Breve tratado sobre la estupidez humana

Ricardo Moreno Castillo

 

La estupidez humana ha sido un tema recurrente en la historia del pensamiento. El gran historiador Carlo M. Cipolla nos dejó su Alegro Ma Non Troppo (2007) con un   segundo capítulo titulado Las leyes fundamentales de la estupidez humana que, como el autor nos indica, es el resultado de un esfuerzo constructivo por investigar, conocer y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana. Tal es, sencillamente, la estupidez.

Once años después, el profesor Ricardo Moreno Castillo se adentraba con este breve tratado, pequeño libro, en el que él define como tema inabarcable de la humanidad. Es un magnífico ensayo, escrito con rigor filosófico, si bien a través de un lenguaje accesible a lectores menos familiarizados con la filosofía, y, sobre todo, con un sentido del humor inteligente y refinado. Las abundantes citas, perfectamente escogidas para el razonamiento que nos ofrece en cada capítulo, nos recuerdan a cada paso la consistencia de fuentes del autor, la tradición del tema de la estupidez humana en el pensamiento, pero no hay que deducir por ello que es un tratado de historia de la filosofía, sino todo lo contrario, es una reflexión de una actualidad latente. Ricardo Moreno interpreta acontecimientos de la mayor actualidad a través del papel que desempeña la estupidez en el devenir de estos. Lo hace de manera directa, transparente y leal al rigor de su pensamiento. Siempre concluye su proposición, pero siempre tras la costura perfecta de su deducción intelectual. Nunca falta un sesgo de humor, incluso de sarcasmo respetuoso, pero, repito, directo y sanador. La sensación de quien se deja llevar por su elaboración es refrescante, clarificadora, genera vinculación inmediata a sus postulados.

Es un tratado alentador

No es un tratado pesimista, ni destructivo, se fundamenta en la convicción de que la estupidez es tan humana que nadie puede creerse inmune a ella, es decir, ser en parte estúpido, y de aquí se deriva que existan también tontos integrales, a tiempo completo. Es un tratado alentador, como quien propone una ayuda para combatir en lo posible un mal mayor bien identificado. Las cosas buenas de este mundo son tan sólo arpegios sueltos, y sólo el hombre sabio sabe componer con ellos una melodía que dé significado y sentido a su vida, nos dice, en el capítulo III que comienza con una valiosa cita de Goethe, sólo los tontos carecen de preocupaciones, que Ricardo Moreno corrige diciendo que la cabeza de los tontos funciona mal, pero funciona (…) son como una lavadora que pierde agua, destroza la ropa y te suelta un calambre en cuanto te acercas a ella para intentar controlarla.

A lo largo de la obra el autor salta la verja de temas espinosos, por ello más necesitados de ser tratados, como la envidia, la religión y la moral (un saber profano), las ideologías, las ideas, que no es lo mismo, el terrorismo, el nacionalismo, el feminismo, el animalismo, en definitiva, una inmersión rápida, a pleno pulmón, por el día a día actual, desde su planteamiento de entender la presencia de la estupidez en los acaecimientos extendidos en su mesa de disección.

Es de especial interés su reflexión sobre las ideologías, en general, todas ellas como fenómeno humano. Para él, si las ideas sirven para pensar, las ideologías sirven para disimular la ausencia de ideas, para acorazarse contra ellas. Las ideologías prestan a quienes carecen de ideas el mismo servicio que las pelucas a los calvos.

Recomendaciones del autor

Consciente de que en cualquier multitud la estupidez es siempre mayoritaria, de que está más subvencionada que nunca, hace suya la recomendación de Horacio, como paliativo de la estupidez: ¡Atrévete a saber! Y en esta línea nos deja señaladas algunas recetas para luchar contra la estupidez:

  1. Buscarse distracciones solitarias, tranquilas y silenciosas.

  2. Implicarse en reparar alguna injusticia o en la vida pública no debe nunca hacerse por aburrimiento.

  3. Hay que leer, leer y leer.

  4. Tener una idea lo más aproximada posible de los propios límites.

  5. Mantener la mayor distancia posible con los tontos. Por supuesto, dentro de la cortesía.

Con magistral ironía concluye el tratado citando a Mark Twain: Nunca discutas con un estúpido. Te hará descender a su nivel y ahí te gana por experiencia, y dado que en la vida diaria una discusión así puede acaecer, ¿cómo saber que el tonto es él y no tú? La honestidad intelectual, concluye Ricardo Moreno, obliga a plantearse la cuestión. Pero la misma pregunta lleva implícita la respuesta: el tonto nunca se la hace.

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Feliciano González

Mi creación artística gira entorno a la pintura, la poesía y la novela.

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