Mil Doscientos Pasos
Primeras Personas
Juan Cruz
Tan pronto advertí que estaría allí firmando libros, me acerqué a saludar a Juan Cruz en la Feria del Libro de Madrid. Cuando me llegó el turno, le pregunté cuál de todos aquellos libros suyos me recomendaba. Tal vez porque le dejé caer que yo hacía de escritor, enterrado en la modestia sumisa del quien se dirige a un maestro, entablamos una breve pero sustanciosa conversación de la que resultó su sugerencia de que leyera Primeras Personas. Tengo ahora este libro en la pequeña estantería donde alineo los libros que me acompañarán siempre. La sed de leer a Juan Cruz me llevó inmediatamente a indagar más. Y así aparece en mi recorrido lector Mil Doscientos Pasos, su reciente publicación.
Tengo por costumbre elaborar una reseña cuando le doy carpetazo final a un libro. En este caso ni debo ni quiero hacer tal cosa. ¿Quién soy yo para reseñar a Juan Cruz? Así pues, esta vez no es reseña lo que ofrezco sino relato de mi experiencia lectora. Baste este giro para transmitir el impacto de estas dos obras.
Primeras Personas
Primeras Personas es un espejo poblado de cristales rotos, Juan Cruz se mira en él a través de su experiencia con aquellos escritores que entrevistó, o con quienes congenió por diversas circunstancias, a lo largo de su extensa trayectoria como periodista, editor y escritor. Hace un retrato de cada uno de ellos en una impresión a veces en blanco y negro, en color diluido o de gran colorido, y son siempre imágenes tomadas con su personal prisma, su agudeza observadora y empática que le permite ver más allá de lo que normalmente se mira. El relato tiene intención descriptiva, pero, en realidad, lo que consigue es transportar las realidades de las personas descritas a un plano como metafísico que Juan Cruz ha construido para darlas a conocer y darse él mismo a conocer a través de ellas. Es una prosa de una gran belleza poética. Las imágenes, los recursos metafóricos, sin alejarse en exceso de la expresión sencilla del habla coloquial, recrean una musicalidad exquisita en el lenguaje que te atrapa en su fluir.
El autor goza en sus recuerdos, y sufre en este ejercicio. Así lo confiesa constantemente. Su mundo de recuerdos entrañables se despliega como un abanico autobiográfico alrededor de una visión angustiada de la pérdida de tantas primeras personas. La muerte, enfrentada cara a cara, es ese tema central que sobrevuela sin disimulo el libro. Y lo hace con dolor, nos dice que él no sabe recoger cristales rotos sin hacerse sangre. La profundidad de las reflexiones de Juan Cruz es oceánica, como lo era el mar de su infancia.
Mil Doscientos Pasos
Aún impactado por esta magnífica obra Primeras Personas, porque es imposible no quedar impactado, comencé la nueva experiencia de Mil doscientos Pasos. También en este relato hay un Juan Cruz que rebusca con intensidad casi científica en los cajones de su memoria más antigua, aquella de la niñez y la adolescencia en su tierra natal. Es una investigación de sí mismo, con la ajenidad que concede el paso del tiempo. El autor vuelve a los lugares de sus recuerdos, reconstruye las escenas vividas, o que cree haber vivido, tan cual permanecen impresas en su memoria. Intenta encontrar respuestas que le traigan la paz interior. La durísima realidad experimentada en su limitado mundo local, la España herida y silenciosa de la posguerra, la pobreza, aquel aire opresivo, irrespirable, todo ello conforma un monumento angustioso de dolor, amargura y nostalgia. También era el mundo en que ese niño abría sus ojos para conocer, absorbiéndolo todo a su alrededor, hasta reconocer, a fuerza de golpes, que la vida va en serio. Mil Doscientos Pasos es un gran poema íntimo, de piel transparente que no oculta cada poro de vida. Es la voz misma de la memoria que nos entrega Juan Cruz para que nada se olvide, una ofrenda generosa de futuro a través de su propia experiencia vital.